He comentado muchas veces acerca del dopaje, de sus nocivas consecuencias, e incluso, del entramado científico al servicio de quienes pretenden esconder las engañifas para alcanzar mejores resultados en la alta competición.
De otra parte, la comunidad científica tras advertir que los atletas podrían aumentar sus capacidades mediante la alteración de sus genes, trabaja intensamente en la búsqueda de métodos para detectar esta probable nueva engañifa.
Aunque hasta ahora no se ha detectado ningún caso, el Comité Olímpico Internacional tiene prohibido el dopaje genético desde el año 2003.
No pocos científicos han expresado que han sido contactados por entrenadores profesionales, quienes les han preguntado si algunas drogas en fase de prueba animal podrían ser aplicadas a los deportistas.
Con esas y otras evidencias, ya se trabaja en la detección en la detección de sustancias que provocan cambios en la expresión genética y la producción de proteínas.
Los científicos reconocen que aún falta mucho por avanzar en este tipo de estudio, pero los controles antidopaje no quieren quedarse atrás.
La historia recoge muchísimos ejemplos de sustancias que sirven para el mejoramiento deportivo, las cuales son cada vez más difíciles de detectar, de allí que los genetistas hayan reaccionado, quizás a tiempo.
Pienso que está muy bien y es plausible todos los esfuerzos que se hacen en el mundo para detener el dopaje, aunque soy del criterio de que la peor sustancia anabolizante es y lo será por largo tiempo: el señor dinero.