12/2/09

Vuelta a Cuba sobre ruedas.

La afición al ciclismo está de fiesta en todo el país con la trigésimo cuarta edición de la Vuelta a Cuba, considerado con mucha justeza como el espectáculo deportivo que atrae más público en menos tiempo en nuestra nación.

Y lo que digo tiene como fundamento la experiencia propia de haber formado parte de la caravana multicolor en cinco ocasiones, narrando para la radio un acontecimiento deportivo de tal magnitud que conlleva una requiere de una exquisita organización y, claro está, un uso racional de los incontables recursos que se necesitan para su exitosa realización.

En primer lugar, debo señalar que la Comisión Nacional de Ciclismo, integrada por experimentados especialistas del deporte, comienza a organizar la Vuelta desde bien temprano, realizando recorridos desde Guantánamo hasta Pinar del Río y puntualizando todo al detalle, desde los lugares para el hospedaje de más de 300 personas hasta el estado de las vías por donde pasarán los intrépidos ciclistas.

A ello se suma el transporte, porque la Vuelta a Cuba requiere de un parque automotor seguro para sus tripulantes y, a la vez, rápido para que cada quien se ubique en el lugar que le corresponde durante el recorrido de las etapas. De otro lado, la Policía Nacional Revolucionaria o – la motorizada como también se le conoce-, es imprescindible para despejar cada trayecto y evitar cualquier tipo de accidente.

Pongo un ejemplo: en la bajada del imponente lomerío de La Farola los pedalistas son capaces de alcanzar hasta 100 kilómetros por hora en curvas y pendientes peligrosas. Es allí donde los llamados caballitos y los jueces de la competencia juegan un papel importante, previendo cualesquier tipo de accidente.

Y así cada año la bola recorre miles y miles de kilómetros a su paso por pueblos y ciudades, desde donde salen otros tantos cubanos para saludar a sus protagonistas.

Niños y pañoletas se confunden entre la vegetación exuberante y la policromía de colores de la caravana ciclística que, dicho sea de paso, se ha vuelto imprescindible en los febreros de cada año. ¡Qué viva la Vuelta!.
















































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